miércoles, 13 de agosto de 2008

Muevo los dedos sin parar, no de las manos, de los pies. Alguien me ha dicho: “es de otra vida, fuiste…'aplasta-uvas', hubi”. Sí, le digo a Tatto. Y no únicamente eso, le digo otras cosas. Creo que me comprende. A veces es impaciente. Otras indiferente.
Ahora, sentada frente a la lap quiero escribir. Si no, me como las uñas. El silencio es indispensable. Eso lo sé. Tú también.
Todo es en cuanto me gusta. Una cajetilla de delicados sin filtro, una llamada gratificante; otra no. Este ruido, ¡oh Dios! Me encanta la máquina –Fue ésta quien inspiró a Arlt-; su sonido combinado con la humedad del viento y la sed de un cigarro.
El pavimento parece ficticio, y el azul metálico del cielo real.
Hace unos días me regalaron una perrita de la calle. Días en busca de un compañero canino acabaron en un encuentro ocasional. Desde hace unos meses que quiero destruir, o al menos, esconder algo. Certeramente es un sentimiento. Pero viendo los ojos de esta criatura encuentro algo que nos une. Compañía.
Ella puede estar acostada en la puerta de mi cuarto. Sabe que no puede entrar. Pero la necesidad de estar cerca de mí la obliga a pasar este aislamiento de apenas un metro. Observa mis movimientos. Cualquiera puede ser una respuesta a su soledad.
Antes creía que sabía bailar sola. Ahora no estoy muy segura de eso.
Mis pies retumban con el silencio tuyo. Una oración basta para descifrar el momento en el que nuestros cuerpos coinciden. Una y otra vez. Planeando en una danza de palabras el segundo hecho milésimas para encender la vela de la verdad.
No puedo sentir el ritmo de una narración larga. Y por lo tanto mi texto es encarnizadamente segmentado por ideas opuestas, fugaces e inconclusas.
Regreso al fin…